Levítico 10:3
Seré santificado en aquellos que se acercan a Mí.
Procedamos ahora a lo que queda. Solo hay, para perfeccionar este punto, dos casos de conciencia que deben resolverse, y luego hemos de proceder a otras cuestiones.
El primero es si debemos, en todo momento, apartar algún tiempo para prepararnos para cada deber del culto a Dios.
En segundo lugar, supongamos que no encontramos nuestros corazones preparados como deseamos; ¿sería mejor dejar de lado el deber en vez de realizarlo?
Para el primero de estos, es decir, si estamos siempre obligados a apartar algún tiempo para prepararnos para el deber que vamos a cumplir.
La respuesta a eso es esta: debemos distinguir entre personas. Hay algunos que están ejercitados en el camino de la piedad y mantienen sus corazones cerca de Dios en los caminos de la santidad. Ahora bien, para ellos se puede suponer que, gracias a su ejercicio en el camino de la piedad y a mantener sus corazones en constante comunión con Dios, caminando estrechamente con Él, están en todo momento preparados para toda buena obra y cumplen con el mandato del Apóstol de orar sin cesar, es decir, que en la disposición de sus corazones están listos para orar en cualquier momento; no hay día en la semana ni hora del día en que, si Dios se los pidiera, no pudieran postrarse en oración solemne. Y, en verdad, esta es una excelente condición y una buena evidencia de que sus corazones caminan estrechamente con Dios, ya que en ningún momento están inapropiados para orar, ni para cualquier ordenanza, incluso para recibir el sacramento de la Cena del Señor.
Es posible mantener el corazón tan cerca de Dios que esté siempre apto para la oración, para escuchar la Palabra y para recibir el sacramento todos los días, o en cualquier hora del día; pero esto requiere un caminar muy estrecho y una comunión constante con Dios, y la verdad es que esto es muy raro. La mayoría de los hombres entregan tanto sus corazones a otras cosas que sus conciencias no pueden evitar decirles que, si Dios los llamara a orar en un momento determinado del día, no están en absoluto preparados para ello. Si fueran llamados a recibir el sacramento, sus conciencias les reprocharían, diciéndoles que no están aptos, pero esto no ocurre con aquellos que caminan estrechamente con Dios, aunque estén en el mundo.
Dirán, si un hombre tiene negocios en el mundo, ¿cómo puede ser esto? Sí, aunque tengan negocios en el mundo, llevan consigo la espiritualidad de sus corazones; nuestra conversación está en el Cielo, dice el Apóstol, en Filipenses 3. Ahora bien, la palabra que se traduce como “nuestra conversación” es una palabra que significa nuestra relación ciudadana; nuestro comercio está en el Cielo cuando vamos a la ciudad, al mercado o en cualquier otro negocio; nuestro comercio siempre está en el Cielo. Pero ahora hay otros tipos de personas que en todo momento deben prestar atención a sus corazones en cuanto a la preparación. Primero, aquellos que recién se inician en los deberes de la religión, principiantes que apenas comienzan a poner su rostro hacia el Cielo para adorar a Dios, necesitan prestar atención a sus corazones. Deberían dedicar algún tiempo a la preparación cuando se acerquen a los deberes sagrados, y la verdad es que, cuando la conciencia de una persona es iluminada y despertada por primera vez, serán muy cuidadosos en prepararse para los deberes sagrados. El temor de Dios pesa poderosamente sobre sus espíritus al principio, y después no debería disminuir; la constancia del temor de Dios debería llevar sus corazones a un estado santo que los haga siempre aptos para los deberes sagrados.
En segundo lugar, aquellos hombres y mujeres que en algún momento pecan contra su conciencia, cometiendo tales pecados que prácticamente desmoronan su conciencia y rompen su paz con Dios y con sus almas, necesitan dedicar tiempo a la preparación para los deberes sagrados. No pueden presentarse ante Dios para disfrutar de la comunión con Él sin antes examinar sus corazones seriamente y esforzarse en un lamento por su pecado, procurando llenar sus almas con la presencia de Dios antes de llegar. Estas dos clases de personas, aquellos que no han conocido los caminos de la piedad o aquellos que han roto su paz con Dios por alguna conducta despreciable hacia Él, deben ser más solemnes en la preparación.
Ahora, en cuanto al segundo caso, que de hecho es el principal: supongamos que, al acercarnos a los deberes y examinar nuestros corazones, nos preguntamos si estamos preparados o no para los deberes sagrados, y no encontramos nuestros corazones preparados como deseamos. ¿Debemos entonces omitir el deber en ese momento y abstenernos de realizarlo, como sería en la oración, la recepción del sacramento, la escucha de la Palabra o cualquier otro deber sagrado?
Y la razón de esta duda es porque, cuando alguien tiene conciencia de su deber, piensa que debe santificar el Nombre de Dios en los deberes sagrados. Ahora bien, si no encuentra su corazón en una disposición adecuada para santificar el Nombre de Dios, pueden pensar: “¿No sería mejor omitir este deber y dejarlo de lado por el momento? ¿Aceptará Dios un deber que realizo sin estar preparado para ello?”
Por lo tanto, para responder a esto, porque es una tentación que a veces tienen los corazones carnales, y están listos para caer en ella y para omitir el deber por tal pensamiento de que no están preparados. Y la verdad es que están más dispuestos a dejar el deber que a lamentarse por la falta de preparación de sus corazones para el deber. Les ruego que consideren esto: ¿no han encontrado a veces que, cuando no están aptos para realizar un deber santo, existe una disposición más secreta del corazón para dejarlo que una pena en el corazón por no estar listos para el deber? Esto es un mal signo de que el corazón está muy perturbado. Aquellos que son verdaderamente piadosos, cuando encuentran que no están preparados, sienten pena en el alma, y se afligen al pensar que perderán un deber en la adoración de Dios, que perderán su comunión con Dios en un deber santo, y se ven a sí mismos en una situación deplorable en ese sentido. Esto los hace más vigilantes en el futuro para evitar aquellas cosas que los han llevado a ese estado de falta de preparación en el que sus corazones se encuentran en este momento. Ahora, si así es contigo, es un buen signo de que tu corazón puede ser recto ante Dios, aunque por debilidad esté en tal momento sin preparación para el deber.
Pero aún así, supongamos que encuentro que no estoy preparado; estoy afligido y preocupado por ello, (esto debe premisarse) ¿sería mejor omitir el deber en ese momento que realizarlo en un estado de falta de preparación?
Ahora, para responder a esta pregunta:
1 Primero, lo que respondería a esto es lo siguiente: la omisión de un deber o el dejarlo de lado nunca preparará el alma para cumplirlo después; de ninguna manera hará que tu alma esté más preparada después simplemente porque lo has dejado de lado en este momento. Observa tus propios corazones de esa manera y encontrarás esto por experiencia: en algún momento has estado ocupado en el mundo y las circunstancias te han impedido que tu corazón esté en condiciones adecuadas para cumplir un deber, lo dejas de lado; ¿estás ahora más preparado al día siguiente?
Si descuidas el deber en la mañana por algún negocio, ¿estás más apto para cumplirlo en la noche por haberlo dejado? No encontrarás que sea así. El abstenerte de un deber ahora no hará que el alma esté más preparada para el deber después. Por lo tanto, no hay sabiduría en abstenerse de un deber por falta de preparación, porque el abstenerse nunca ayudará a una mejor preparación, sino que hará que el alma esté aún menos apta para el deber. Es excelente lo que leí que Lutero decía acerca de sí mismo: “He aprendido esto por experiencia, que cuanto más a menudo omito un deber, más me hago incapaz de cumplirlo y tengo razones para aborrecerme a mí mismo.” No es la postergación lo que te hace más apto.
2 Por lo tanto, considera que esto no es más que una tentación, y esto es lo segundo que propondría a aquellos que omitirán un deber porque no están preparados: que esto no es más que una tentación para apartarte de él, diciéndote que no estás preparado. Y si te abstienes porque no estás preparado, en esto le haces un favor al Diablo, y el Diablo obtiene lo que desea y se sentiría animado a tentarte otra vez, porque ha conseguido que dejes de lado el deber.
Primero, él trabaja para incapacitarte para ello, y luego te tienta a abstenerte porque no estás apto; esta es la sutileza del Diablo. ¿De dónde proviene que no estés apto sino de la tentación del Diablo? Y Lutero, nuevamente, un hombre que tuvo tanta relación con Dios como cualquiera en su tiempo, y un hombre que tenía tanto que lo distraía y tantas tentaciones y ocupaciones como cualquiera, pues en verdad la gran causa de Cristo en todo el mundo cristiano, en gran medida, bajo Dios, descansaba en sus hombros, y sin embargo dice él: “Si alguien piensa que la oración debe posponerse hasta que el alma esté purificada de pensamientos impuros, no hace más que ayudar al Diablo, quien ya es lo suficientemente poderoso; cree que es sabio al posponer el deber porque no está apto y porque tiene muchos malos pensamientos y problemas en su espíritu. No hace nada más, dice Lutero, que complacer al Diablo, quien ya es lo suficientemente fuerte sin esto. Oh, cuidémonos de complacer al Diablo en sus tentaciones; recuerda entonces que es una tentación para ti omitir un deber simplemente porque no estás preparado para cumplirlo.
3 En tercer lugar, lo que respondería a esta pregunta es lo siguiente: si alguien realiza un deber de adoración con la sinceridad y fuerza que es capaz de dar, aunque no esté preparado como debería, aun así es mejor hacerlo que descuidarlo. Es cierto que algunos cumplen un deber de manera meramente formal, para satisfacer su conciencia o para cubrir y encubrir sus pecados y cosas semejantes. Quizás lo cumplan de tal manera que sería mejor no haberlo hecho, pero si te esfuerzas al máximo de tu capacidad para hacerlo, aunque no estés preparado como deseas, es mejor hacerlo que omitirlo, y así lo encontrarás, ya que un deber prepara el corazón para otro. Aunque no se haga como desearía que se hiciera, el hacerlo lo mejor que puedo en este momento me ayudará a hacerlo mejor en otro momento. Es seguro que, así como un pecado prepara el corazón para otro pecado, un deber prepara el corazón para otro.
Por ejemplo, supongamos que un hombre comete un pecado y tiene una conciencia iluminada que le impide cometerlo con toda la fuerza que querría. Muchos hombres tienen deseos de pecar, pero debido a la iluminación de su conciencia no pueden pecar con el deleite que querrían, porque su conciencia les reprende y los interrumpe. Pero aun así, debido a la fuerza de su corrupción, rompen con ella y cometen el pecado. Ahora, aunque al principio no puedan cometer ese pecado con el deleite y libertad con que lo hacen en otras ocasiones, si sus corrupciones son tan fuertes como para romper la luz de su conciencia, la próxima vez que vuelvan a cometer ese pecado lo harán con mucha más libertad y facilidad. Esto es evidente por experiencia.
No hay ninguno de ustedes que, si observa bien su corazón, no encuentre esto: llega una tentación hacia un pecado; ahora no pueden hacerlo con tanta libertad como quisieran, pero aún así la superan; verán que la próxima vez lo cometerán con más libertad. Así, un pecado prepara el camino para otro, y puede que al principio tengan algún conflicto de conciencia, pero la próxima vez tendrán menos conflicto, hasta que al final puedan cometerlo libremente sin ninguna molestia de conciencia. Así como sucede con el pecado, también sucede con la piedad. Muchas veces, al principio, tienen un impulso hacia un deber santo, pero debido a las agitaciones de sus corrupciones, no están listos para él; ahora bien, si superan esa dificultad, la próxima vez estarán más preparados, y la vez siguiente estarán aún más preparados, y así cada vez más, como ocurre con el pecado. Si una persona, cuando tiene algún conflicto de conciencia, escucha a su conciencia y no comete ese pecado, su conciencia se fortalece y lo refuerza contra ese pecado. De igual manera, si una persona escucha la tentación de posponer un deber y lo deja de lado porque no está preparada, entonces la corrupción se hará más fuerte. Por lo tanto, cumple con el deber, pues la realización de un deber prepara para otro.
4 En cuarto lugar, mientras hombres y mujeres luchan con sus almas y con la corrupción de sus corazones y no recurren a buscar a Dios, muchas veces, en su propio esfuerzo de prepararse, terminan atrapándose a sí mismos. Puede que tengas pensamientos de ateísmo u otra maldad; el propio esfuerzo de luchar contra esos pensamientos puede atrapar tu corazón. Ahora, el mejor camino sería comenzar a orar y clamar a Dios para que te ayude contra ellos, porque mientras luchas y te esfuerzas contra esos pensamientos, estás luchando solo contra la corrupción de tu corazón y el Diablo. Pero ahora, cuando caes en el deber, invocas la ayuda de Dios y de Jesucristo, lo cual es mucho mejor. Mientras estás reflexionando, cavilando y perturbando tu corazón de esa manera, digo que estás luchando solo. Pero ahora, cuando te dedicas al deber, entonces invocas la ayuda de Dios y así eres más capaz de realizar el deber que antes. Por lo tanto, es mejor cumplir con el deber, aunque no encuentres tu corazón tan preparado como deseas; el mismo hecho de llevarlo a cabo te preparará para ello. Y así, mucho en cuanto a la respuesta a esos dos casos de conciencia.
Ahora bien, debemos proceder más en la apertura de la santificación del Nombre de Dios en los deberes santos. Así pues, mucho en cuanto a la preparación del corazón. Pero cuando el corazón se dispone, ¿de qué manera debe realizarse el deber para que el Nombre de Dios sea santificado en el deber? ¿O cuál es la conducta del alma en la santificación del Nombre de Dios cuando está en el mismo acto del deber?
A esto respondo, primero en general, de esta manera: cuando el alma se esfuerza por cumplir los deberes de tal manera que Dios reciba de ellos la gloria que le corresponde, en alguna medida, entonces santifico el Nombre de Dios. Ustedes dirán que es algo muy difícil realizar un deber de tal forma que demos a Dios la gloria que le corresponde. Ciertamente, esto no se logra con cualquier manera de cumplir un deber de adoración. Sin embargo, esto se les aclarará, y espero que se les haga muy claro.
Primero, entonces, les mostraré que cuando vamos a realizar un deber de adoración, debemos disponernos a glorificar a Dios como Dios, es decir, hacerlo de tal manera que Dios reciba la gloria que le corresponde. Por ejemplo, en el deber de alabanza, Salmo 66:2, “Hagan gloriosa su alabanza”, es decir, háganlo de modo que eleven su Nombre en ella, y que Dios sea glorioso en su alabanza. Y en Romanos 1:21, allí el Apóstol, hablando de los paganos, los reprende. ¿Por qué? Fue por esto, porque cuando conocieron a Dios, no le glorificaron como Dios, ni le dieron gracias. Esto se refiere especialmente a la adoración de Dios, pues dice después, en el versículo 23, que “cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible”, etc. Así que habla de la adoración de Dios, que no glorificaron a Dios como Dios. Entonces, esto es santificar el Nombre de Dios, glorificar a Dios como Dios. Y, por lo tanto, nuestro Salvador en el capítulo 4 de Juan, cuando habló con la mujer samaritana, le dijo que Dios es Espíritu, y debe ser adorado en espíritu y en verdad, es decir, debemos esforzarnos por ajustar nuestra adoración a lo que hay en Dios; que nuestra adoración sea proporcional, en alguna medida, a la naturaleza misma de Dios. Y, por lo tanto, siendo Dios un Espíritu, su adoración debe ser una adoración divina.
He leído acerca de algunos paganos que adoraban al sol como un dios y le ofrecían al sol algo que consideraban adecuado; por lo tanto, debido a que admiraban la rapidez del movimiento del sol, no le ofrecían un caracol, sino un caballo volador, un caballo con alas. Ahora bien, un caballo es una de las criaturas más veloces y una de las más fuertes para continuar en movimiento durante mucho tiempo; y al añadirle alas al caballo, pensaban que era una ofrenda adecuada para el sol. Así también, cuando venimos a adorar a Dios, es decir, a santificar Su Nombre, debemos comportarnos de tal manera que le demos la gloria que es digna de un Dios.
Tal como en los tres puntos que les expliqué cuando les mostré en qué consiste acercarse a Dios, este era uno: les dije que cuando venimos a adorar a Dios, venimos a ofrecerle algo, un presente a Dios; y entonces debemos presentar un obsequio acorde a la excelencia de Dios. Si un hombre se acercara a un pobre para darle un presente, aunque no valiera más de un penique, podría ser bien recibido. Pero si debieran ofrecer un presente a un Príncipe, a un Monarca, a un Emperador, entonces deben ofrecer algo digno de la calidad de esa persona. Por eso, en Malaquías 1:8, cuando el Señor los reprende por sus sacrificios, que eran cosas tan pobres, Dios dice: “Ve, y preséntaselo a tu gobernador, y ve si lo aceptará o no.” Así, ciertamente, lo que podría ser aceptable para un hombre humilde sería considerado un desprecio si lo ofrecieran a un Príncipe o Emperador. Ahora, cuando vamos a adorar a Dios, debemos considerar que estamos ofreciendo nuestro servicio a Dios, quien es el gran Rey de Reyes y Señor de Señores. Pero dirán, ¿es posible que una criatura, al presentar su adoración a Dios, le ofrezca algo que sea digno de Él? Esto podría más bien desanimar la oración o cualquier otro deber de adoración en lugar de incentivarlo. A eso respondo así: aunque seamos muy pobres y humildes, esto no impide que podamos ofrecer a Dios algo que Él reconozca como adecuado a Su infinita excelencia.
1 Primero, si ofrecemos a Dios todo lo que tenemos, aunque seamos muy pobres y humildes, si Dios recibe la fuerza de nuestras almas, Dios lo acepta. Porque debemos saber que Dios no necesita lo que tenemos o lo que hacemos; es para que podamos mostrarle nuestro respeto. Por lo tanto, si le damos todo lo que tenemos, Dios lo acepta. Como un niño que pone toda su fuerza en realizar una tarea que su padre le ha encomendado; ya sea que logre hacer la tarea o no, el padre lo mira y lo acepta como algo adecuado a la fuerza del niño, y demuestra el respeto que el niño tiene hacia su padre. Y como se cuenta de un Emperador que, cuando un hombre pobre no tenía nada que ofrecerle más que un poco de agua recogida con la mano, el Emperador lo aceptó. Así, lo que Dios busca es que la criatura lo eleve por encima de todo. Por lo tanto, si cuando vienes a adorar a Dios, Dios tiene más de tu corazón que cualquier criatura en el mundo, Dios lo acepta, y eso es lo que debes observar. ¿Puedes decir esto cuando vas a adorar a Dios: “Señor, es verdad que hay mucha debilidad en mi espíritu, pero Tú que sabes todas las cosas sabes que tienes más de mi corazón que cualquier criatura en el mundo”? Esto es adecuado para Dios. Dios considerará esto (en el Pacto de Gracia) como un presente adecuado para Él. Como en la Ley, cuando ofrecían para la construcción del Templo, no todos podían ofrecer oro, plata y piedras preciosas, pero algunos ofrecían pieles de tejón, y algunas mujeres hilaban y ofrecían pelo de cabra para la construcción del Templo, y Dios aceptaba eso, siendo lo máximo que podían hacer.
2 En segundo lugar, cuando no solo ofrecemos a Dios lo mejor que podemos, sino cuando añadimos a esto el dolor de nuestras almas por no poder hacer más, cuando el alma se esfuerza hasta el máximo y, después de haber hecho todo, dice: Soy un siervo inútil, ¡ojalá pudiera hacer más! Esto es adecuado para Dios.
3 Tercero, el pueblo de Dios, aunque sea débil, aun el siervo más débil de Dios es capaz de ofrecer a Dios algo adecuado a la infinita Majestad de Dios, basándose en este tercer fundamento, porque hay una especie de impresión de la infinitud de Dios en esos servicios que un corazón lleno de gracia ofrece a Dios, y, por lo tanto, son adecuados para Él.
Dirás, ¿Dios es un Dios Infinito y Glorioso? Así es; Él es Infinito, eso es cierto, pero el deber de adoración que un corazón lleno de gracia le ofrece a Dios lleva una impresión de Su infinitud. ¿Cómo es eso? Si se puede demostrar, entonces ciertamente podremos sentirnos animados a adorar a Dios. Así, aquello que un corazón lleno de gracia le ofrece a Dios tiene una impresión de Su infinitud en este sentido: así como Dios no tiene límites en Su Ser, de igual manera un corazón lleno de gracia, cuando se acerca a adorar a Dios, no establece límites ni fronteras, sino que en sus deseos anhela expandirse infinitamente si fuera posible. Si una criatura pudiera expandirse infinitamente hacia Dios, lo haría.
Aquí radica, creo yo, la principal diferencia entre el hipócrita más glorioso del mundo y alguien que posee verdadera gracia, aunque sea en el grado más pequeño. El hipócrita más glorioso del mundo, que quizá en sus actos externos hace más que alguien con verdadera gracia, aún así se limita. Hace grandes cosas, pero lo hace con límites, es decir, en la medida en que eso le sirve para ciertos fines suyos, para satisfacer su conciencia o para obtener crédito y estima, ser considerado eminente en algo. Así actúa, pero siempre establece límites. Y si pudiera creer que iría al cielo, que podría tener tanto crédito y honor, y tanta paz en la conciencia haciendo menos, haría menos. Pero alguien con gracia, aunque sea muy poca, aunque tenga solo una pequeña medida de gracia, va más allá. De hecho, dice: aunque, con la poca gracia que tengo, no puedo hacer lo que otros hacen, esto aún así ensancha mi corazón de tal modo que no pondría límites a lo que hago por Dios, sino que lo haría al máximo, si fuera posible, más allá de todo lo que alguna vez se haya hecho por Dios en el mundo; y cuanto más hago, más deseo hacer. Esto es una especie de infinitud en el corazón donde habita la gracia. La gracia ensancha el corazón hacia una especie de infinitud, de modo que cuanto más hace, más desea hacer. Ningún hipócrita hará esto; tendrá sus límites, alcanzará un nivel y no subirá más. Por lo general, verás que si está en cierto entorno, actúa de un modo elevado; pero en otro ambiente, baja su nivel.
No hay nada que limite a un corazón lleno de gracia, que desearía obrar por Dios por toda la eternidad, trabajando más y más. Aquí hay una adoración que en algún sentido es adecuada a la infinita excelencia de Dios. Aquí hay una especie de proporción (si se me permite decirlo así) entre la criatura y Dios mismo en esto, pero es la gracia de Dios en la criatura; aquí está verdaderamente la Imagen de Dios, porque la gracia ensancha el corazón hasta una especie de infinitud en cuanto a Dios. Y así, ven en términos generales lo que es santificar el Nombre de Dios, ofrecerle a Dios algo que en cierto sentido es adecuado a la gloria del Dios infinito.
2 Ustedes saben que había una segunda cosa, a saber: entonces santifico el Nombre de Dios cuando vengo a adorar a Dios, y mi corazón trabaja y sigue a Dios como a Dios, tal como corresponde al alma de una criatura seguir a su infinito Creador, y trabajar en pos del infinito Creador. Así, David en el Salmo 63:8 dice: “Mi alma te sigue de cerca, oh Dios, y (nota, es una Escritura muy dulce) tu diestra me sostiene”. Aquellos cuyos corazones siguen de cerca al Señor tienen la diestra de Dios sosteniéndolos. Es un poderoso incentivo para esforzar el corazón al máximo, porque cuando haces esto, la diestra de Dios te sostiene; de modo que tu corazón debe seguir a Dios más que a cualquier criatura.
3 Cuando me acerco a Dios, vengo a presentarme para recibir las mejores de Sus misericordias. Entonces, santifico el Nombre de Dios cuando me esfuerzo en preparar y abrir mi corazón para Dios como si esperara las mejores misericordias que Dios tiene para ofrecer a Su criatura. Cuando hay tal disposición de corazón que mi conciencia me dice que es adecuada a lo que un alma debe tener, esperando recibir las mejores misericordias de Dios. Pero de eso hablamos más al abrir el concepto de acercarse a Dios. Ahora vamos a abordar esto de manera más específica, para desglosar la santificación del Nombre de Dios.
1 Primero, en qué aspectos se puede descubrir que la conducta del corazón es adecuada a Dios en cuanto a Su grandeza y gloria.
2 En segundo lugar, cuál debería ser la conducta del corazón en correspondencia con los diversos atributos de Dios.
Nos tomará algún tiempo abrirnos paso a través de las particularidades en la conducta del corazón en referencia a la Grandeza y Majestad de Dios, consideradas más generalmente, como en el Salmo 48:1, “Grande es el Señor, y digno de suprema alabanza.” Y en Malaquías 1:14, “Maldito el engañador, que tiene un macho en su rebaño, y promete, pero sacrifica a Jehová algo corrompido.” ¿Por qué? “Porque Yo soy un gran Rey,” dice el Señor, y por tanto maldito sea quien no ofrece un sacrificio acorde a Mi Grandeza. En 2 Crónicas 2:5 encontramos que Salomón, cuando preparaba el Templo, deseaba construir un gran Templo, ¿por qué? Porque iba a construirlo para un gran Dios, por lo que el culto a Dios debe ser algo grande porque el Señor es un gran Dios y debe ser adecuado a Su grandeza. Ahora, si me preguntas, ¿en qué consiste, en términos específicos, la conducta del alma que es adecuada a la grandeza de Dios en general? Hay muchas cosas en esto:
1 Lo primero es que debes tener cuidado de traer un corazón santificado. No puedes ofrecer un culto acorde a Su grandeza a menos que traigas contigo un corazón santificado; debe haber santidad en el corazón. Bajo la Ley, si alguien venía a ofrecer un sacrificio en su impureza, debía ser cortado. Así debe ser aquí; debemos velar por no ofrecer a Dios en nuestra impureza. “Lávense y purifíquense,” dice Isaías 1, y luego, “vengan y razonemos juntos.” No hay manera de acercarse a Dios sin antes lavar y purificar. En el Salmo 93:5, “La santidad conviene a tu casa, Señor, por los siglos de los siglos.” La santidad conviene a la presencia de Dios para siempre; debemos esforzarnos en obtener un corazón santificado.
La santificación consiste en dos partes: Mortificación y Vivificación. Debe haber una mortificación de los deseos del corazón. Leemos en la Ley que cada sacrificio debía ser salado con sal, lo cual significaba la mortificación de nuestros corazones cuando venimos a ofrecer nuestras vidas como sacrificio a Dios; la sal consumía los humores crudos y preservaba la carne de la corrupción, tal como la Gracia de Dios mortifica nuestros deseos. En Hebreos 9:14, tenemos una Escritura notable para la purificación de nuestros corazones al ofrecer cualquier servicio a Dios: “¿Cuánto más la sangre de Cristo, quien por el Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, limpiará nuestras conciencias de obras muertas para servir al Dios vivo?” Así que no puedes servir al Dios vivo hasta que tus conciencias sean purgadas de obras muertas. ¿Y cómo se purgan tus conciencias de las obras muertas? Es a través de la sangre de Cristo, quien por el Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios; Él debe purgar tus conciencias.
Entonces, aquí está el modo de santificar el Nombre de Dios mediante la aplicación de Jesucristo, quien fue ofrecido a Dios sin mancha, para que nuestras conciencias sean purgadas de obras muertas, para que seamos purgados de esa inmundicia natural en la que todos yacíamos; pues todo el mundo yace en la inmundicia, como un cadáver yace en su podredumbre. Ahora, si deseamos adorar a Dios de manera que lo santifiquemos, debemos aplicar a Cristo en nuestras almas, obtener la purificación de nuestras conciencias de las obras muertas y tener el Espíritu de Cristo en nosotros para avivar nuestros corazones en los caminos de la santidad; para tener la imagen de Jesucristo en nosotros, de modo que podamos ser santos en nuestra proporción, así como Él mismo es santo; esta es la santificación del corazón. Debe haber una santificación habitual y una santificación actual del corazón. La santificación habitual significa que el corazón debe ser transformado mediante el trabajo de la Regeneración; debe haber una Regeneración en el corazón, deben existir los principios divinos de las Gracia del Espíritu de Dios en el corazón.
Pero dirás, ¿no puede acaso un hombre no regenerado orar? A esto respondo.
Es cierto, es su deber orar, “Derrama tu ira sobre los paganos, y sobre las familias que no invocan Tu Nombre.” Pero también es cierto que ellos no pueden santificar el Nombre de Dios al hacerlo. Pero si deseamos santificar el Nombre de Dios en ello, debe haber una santidad habitual en el corazón, pues todo actúa conforme a sus principios, en la naturaleza es así; y así actúa el corazón cuando viene a adorar a Dios, actúa conforme a los principios que tiene.
Y luego debe haber no solo santificación habitual, sino también santificación actual; como en Éxodo 19:10-11, ahí ves todo el esfuerzo que hicieron para prepararse para escuchar la Ley porque Dios iba a estar entre ellos. Dios va a estar entre nosotros y nosotros vamos a encontrarnos con Dios cuando nos disponemos a realizar deberes santos. Por lo tanto, no es suficiente tener Gracia, sino que debe haber un aprovechamiento de la Gracia, debe haber un ejercicio de la Gracia, no solo cuando venimos a recibir el sacramento, pensando que entonces debe haber un ejercicio de la Gracia, sino cada vez que oramos y escuchamos debe haber un ejercicio de la Gracia, una purificación de nuestras corrupciones y un ejercicio de la Gracia, de modo que nadie puede santificar el Nombre de Dios en los deberes santos a menos que llegue a este punto, a ser capaz de decir: “Señor, Tú que sabes todas las cosas, sabes que no hay nada que Tú reveles como contrario a Tu voluntad que mi corazón no rechace,” eso es lo mínimo. No puedes tener paz en tu conciencia al acercarte a Dios hasta que hayas llegado tan lejos, hasta tener un corazón que trabaje en contra del pecado y se dedique a todo lo bueno que Dios revele como Su voluntad. Sabes que cuando un hombre de importancia viene a tu casa, hay un gran esfuerzo, no solo para barrer, sino para que todo esté tan limpio y reluciente como sea posible. Así debería ser cuando vienes ante Dios.
Y la razón por la cual debe haber esta santificación del corazón:
1 Primero, porque el Señor primero acepta a la persona antes de aceptar su acción. Los hombres, en verdad, aceptan a las personas debido a las buenas acciones que realizan, pero Dios acepta las acciones de las personas porque las personas son buenas. Si vemos a un hombre hacer algo bueno, entonces lo amamos y aceptamos a la persona, pero Dios acepta primero a la persona antes que la acción, como el Señor aceptó primero a Abel y luego aceptó su ofrenda. Así que debes velar por esto, para que tu persona sea primero aceptada por Dios antes de que cualquier deber sea aceptado. Piensas que, aunque seas malvado y pecador, si enmiendas tu vida, Dios te aceptará; actúas de esa manera, pero ciertamente ese es el camino equivocado. Primero debes buscar los medios para que tu persona sea aceptada, lo cual es a través de la justicia de Jesucristo y la santificación de Su Espíritu, por medio de lo cual adquieres Su imagen y vida y eres aceptado; y entonces todo lo que proceda de ti llega a ser aceptado. No hay ninguna acción que venga de ti que sea aceptada para vida eterna hasta que tu persona sea aceptada ante Dios. Y por lo tanto, debe haber una santificación del corazón antes de que pueda haber una santificación del Nombre de Dios en los deberes de Su adoración. Por eso, cuando vienes a realizar cualquier deber de adoración a Dios, deberías considerar esto, ¿está santificado mi corazón? Debo santificar el Nombre de Dios, ¿y cómo puedo hacerlo si mi corazón no está santificado?
2 En segundo lugar, nuestros corazones deben ser santificados porque el Señor presta más atención al principio del cual proviene algo que a la cosa misma. En verdad, si nuestros corazones estuvieran como deberían, entonces, en todos los bienes que recibimos, no consideraríamos tanto qué son las cosas que disfrutamos de Dios, sino cuál es el principio del que provienen, es decir, si lo que recibimos de Dios proviene del amor de Dios en Jesucristo o no; si es de la generosidad general y paciencia de Dios, o de la gracia especial de Dios en Jesucristo. Nuestros corazones valorarían más esto si fuéramos espirituales. Así como el hombre piadoso no se satisface con recibir algún bien de Dios a menos que sepa que proviene de un principio de amor hacia él en Jesucristo, de la misma manera, Dios no se complace en nada que provenga de nosotros, a menos que sepa que surge de un principio de Amor, Gracia y Santidad en nuestros corazones.
3 En tercer lugar, tal como es el corazón, así será el servicio. Ciertamente, si el corazón está impuro, el deber será impuro; quizá las palabras puedan ser finas y bien dichas, pero si hay un corazón impuro, el deber será impuro. Es como el hombre que tiene la peste; supongamos que pronuncia una excelente oratoria, pero su aliento es contagioso; así es en nuestros servicios a Dios. Si nuestros corazones tienen la peste, entonces sin duda el aliento que sale de nosotros y todos nuestros deberes serán impuros; por tanto, esta es la primera cosa que debemos atender en la santificación del Nombre de Dios en los deberes santos. Procura tener tu corazón santificado y considera de qué principio proviene; es por falta de esto que miles de nuestros deberes son desechados y Dios nunca los toma en cuenta. Este es el primer punto, y hay muchos más de los que hablar.